lunes, 14 de abril de 2025

Barcelona nunca está bona sino cuando la bomba sona .."De nuevo se presionan los gatillos" González Tuñón

DE NUEVO SE PRESIONAN LOS GATIILLOS 

Barcelona nunca está bona sino cuando la bomba sona

Así decía Rubén Darío en un poema famoso. Pero ya los tiempos en que la bomba sonaba son lejanos. Están enterrados en los fosos de Montjuic o en la fosa común, junto con los restos del Noi del Sucre.

Las semanas trágicas de Barcelona desaparecieron con el pistolerismo. La unidad obrera, las luchas científicamente organizadas, contribuyeron a acelerar el proceso, terminando, casi por completo, con el pistolerismo como expresión individual, anarquizante y romántica, de los anhelos populares. Sólo quedaban, después de Martínez Anido, los pistoleros de la Patronal, como se dijo, los pistoleros al servicio de la represión del movimiento obrero iniciada brutalmente durante la dictadura de Primo de Rivera.

 Cuando estuve, en 1930, en Barcelona, caído ya Primo de Rivera, en la época de Berenguer, algunos se jactaban de la tradición revolucionaria de Cataluña -indudable- y recordaban los atentados individuales y las huelgas sangrientas.

-En aquellos tiempos, dicen ahora en Madrid, cada vez que el Rey anunciaba una visita a Barcelona, se pedía a Alejandro Lerroux que intercediera ante los dirigentes obreros para que no intentaran atentar contra la vida del monarca. Lerroux cobraba fuertes sumas por su intervención...

 Verdad o mentira, lo cierto es que nunca se atentó contra la vida del Rey, aunque las precauciones que se tomaban eran importantes. Al asumir Primo de Rivera la jefatura del Consejo de Ministros, el general Martínez Anido, de sombría fama, decidió acabar con los pistoleros. Decisión peligrosa, arma de dos filos, puesto que su acción no fue dirigida, únicamente, como sabemos, contra la delincuencia común, sino también contra la clase obrera, orgullosa, naturalmente, de su tradición revolucionaria.

Martínez Anido organizó a los pistoleros de arriba. A Companys, abogado, le tocó defender a muchos pistoleros de abajo. Uno de los más notables dirigentes sindicalistas, el Noi del Sucre, murió en circunstancias en que dejaba la cárcel, después de cumplir una breve condena. El Noi del Sucre, se dice, al ser puesto  en libertad, rogó al director de la cárcel que le permitiera quedar encerrado unos días más. El director tenía orden de Martínez Anido de no acceder al pedido del Noi, que se esperaba. El Noi estaba seguro de que en la calle encontraría la muerte. Y así fue. Desarmado, abandonado, tres pistoleros de la Patronal acabaron con él en la esquina de la cárcel. Ángel Pestaña, otro dirigente sindicalista, debió huir para salvarse. Si los dirigentes no caían acribillados en los allanamientos o locales obreros, se suicidaban en la prisión o eran liquidados a la salida.

Así limpió Martínez Anido la ciudad de Barcelona. Así creyó limpiarla; pues, cuando se proclamó la República, el nuevo gobierno debió limpiar a su vez a Barcelona de los otros pistoleros, elementos lumperproletarios de los bajos fondos sociales, convertidos en señoritos por el exgobernador.

Esta época sangrienta de la ciudad condal es una verdadera maraña de hechos que aún no se han aclarado del todo, pero hay que reconocer que el movimiento obrero salió depurado de las guerrillas que convulsionaron durante tanto tiempo la capital catalana.

 A mi regreso a Barcelona, después de cinco años, muerto el Noi del Sucre, es aparecido Pestaña de la acción sindical pura, ya se hablaba allí de Frente Popular y unidad obrera. Pese a los jefes anarcosindicalistas, las masas se volcaron en el cartel único en las elecciones de febrero. Barcelona comenzaba a abandonar aquel peligroso romanticismo anárquico y estoy seguro de que el problema de la unidad obrera definitiva preocupa hoy más a las masas que el Estatuto Catalán y el recuerdo de las luchas, heroicas pero estériles en su mayoría.

Barcelona ofreció a mi vista dos aspectos hacia fines de 1935: por un lado, la ciudad seguía el ritmo violento de siempre, con sus ramblas bulliciosas y sus barrios industriales; y por otro lado, la descomposición de la sociedad, el espectáculo de la miseria y el vicio, decretaban un contraste que no ofrecían, de manera tan viva, otras ciudades de España.

 En Barcelona, puerto de extraordinario movimiento, llave de Oriente, ciudad cosmopolita que mezcla al antiguo barrio gótico, de maravillosa arquitectura, las vías modernas de imponentes edificios, siempre hubo un costado infamante y trágico que le valió la comparación con Marsella y otros puertos de sombrío prestigio. Ese costado se llama allí Barrio Chino, aunque pocos personajes amarillos suelen encontrarse en las callejuelas torcidas, sucias, huidizas, malolientes. El Ayuntamiento, que en 1930 no se preocupaba por esa zona, trataba en 1935 de acabar con el barrio (lo que no quiere decir acabar con la miseria y el vicio) y eso dio lugar a escenas nada edificantes, a pocos metros de las anchas ramblas llenas de pájaros, libros y florecen los puestos. Al año de la Revolución de Octubre, las autoridades estaban más interesadas en la persecución a obreros e intelectuales que en otra cosa; y entonces el barrio chino se sintió menos amenazado. 

Durante algunas noches lo recorrí, observando todos sus rincones. Desde 1930 había cambiado mucho, efectivamente. Iba yo con un periodista, que me señalaba a los tipos sobresalientes del barrio:

-Aquel es Mirko; va a vestirse de mujer para actuar esta noche en el Novedades.

-Aquella es la reina del barrio chino, una señorita de la sociedad venida a menos -¡y tan a menos!-toxicómana, mujer extraña..

 La reina del barrio chino estaba conversando con dos sujetos en la puerta de una tienda de vinos. Cerca de la tienda, el zaguán de un prostíbulo esparcía por la callejuela un vaho desagradable y al lado del prostíbulo el cartelón impúdico de un negocio prevenía a los clientes anunciando productos de farmacia y consejos médicos... Precisamente en ese momento la reina del barrio chino abandonó a los dos sujetos para dirigirse al bar-teatrillo cercano al lugar en que se hallaba.

 -Es la única mujer, me explicó mi amigo, que puede entrar sin temor a estos bares con espectáculos de “variétés”. Las otras mujeres, si no son artistas, si son simplemente busconas deben acudir a las casas o a los bares que no explotan las variétés.

No me explicaba el porqué. Mi amigo aclaró:

-El barrio chino ha sido invadido por el "tercer sexo". Los homosexuales, que hace algunos años recorrían estas calles sin molestar a las mujeres, abundan ahora y se han dedicado a un doble "comercio": hacen competencia a las mujeres desde los tablados de variedades, donde cobran menos por actuar y atraen más curiosos; y en la calle misma, donde acechan a los borrachos, a los marineros, a los degenerados...

Esa noche vimos actuar a varios vestidos de mujer en dos salones de variedades. Entre ellos, el célebre Mirko, que cantó el cuplé de moda “María de la O”, y bailó una danza gitana.

A pesar del vestido, y los rellenos y el albayalde y el rouge y el rimmel, Mirko, envejecido, parecía un pelele bailando y cantando entre burlas y gritos obscenos.

Al salir de uno de los bares del barrio chino presencié una gresca entre ellos.

 - Esto es frecuente en el barrio, pese a los guardias, me dijo mi guía. Y agregó:

- Hace unos días, la plaza de la Generalitat se vio invadida por varios centenares de prostitutas. Fue un hecho insólito, jamás visto. Mientras todas gritaban y amenazaban frente a los balcones de la Generalitat, una comisión se adelantó para tratar de llegar hasta el secretario del presidente. La extraña manifestación fue disuelta enseguida por los guardias. Se formaron entonces pequeños grupos que invadieron las Ramblas gritando y se perdieron en las estrechas calles del barrio chino. Las de la comisión fueron detenidas y se supo la causa de la manifestación. Iban a protestar contra el "tercer sexo", contra los homosexuales, que se habían adueñado del barrio chino...

 El suceso me pareció digno de otra “Ópera de Cuatro Centavos”. La manifestación de las prostitutas, signo de descomposición de una sociedad, de miseria y decadencia, en medio de una ciudad importante y poderosa, rica y laboriosa, indicaba hasta qué extremo habían llegado las cosas. Las derechas no acertaron con el remedio. Contribuyeron a agravar el mal con medidas a veces crueles, a veces tibias. Explotadores y explotados -gente relacionada con individuos de las altas esferas, como lo demostró el affaire del estraperlo- apelaban a la clandestinidad para luego, por soborno o por indiferencia de las autoridades, salir nuevamente de sus cuevas.

Finalmente, el Gobierno, interesado, como dije, en reprimir todo movimiento popular, protestas, huelgas, mítines, etc., en censurar a la prensa y procesar a los periodistas, dejó en libertad de acción a los explotadores de la infamia, dueños de garitos, prostíbulos y bares. En plena Rambla de los Pájaros, fue apaleado un obrero por dos guardias de asalto. Alguien me dijo:

 -Esto no ocurre con los "maquereaux" de la calle Nueva de San Francisco...

La situación política contribuía a acentuar la atmósfera dramática de la ciudad condal. Se hablaba en todos los rincones, en voz baja. Pocos catalanes dejaban de censurar al Gobierno Central y a sus agentes de la Generalitat. El recuerdo de Companys y los demás detenidos en la prisión del Puerto de Santa María, lejos de Barcelona, en la costa andaluza, permanecía vivo en el pueblo, simpatizante o no con la actitud de los exconsejeros y su jefe.

 -Esto no puede continuar, era la frase que se oía con más frecuencia.

Y mientras Royo Villanova atacaba violentamente al Estatuto desde Madrid, el pueblo aguardaba en Cataluña la hora de la justicia. Más que el sentimiento separatista, un sentimiento solidario con todo el resto de España, que atravesaba idéntica situación, crecía en el pueblo.

 -Estado Libre Catalán dentro de la Federación de Estados Ibéricos, era la consigna del sentido común.

Y en ese camino se halla de nuevo Cataluña. La capital de la región ha vuelto a recibir a los fugitivos. Pueblo noble y trabajador, se abre, para el pueblo de Barcelona, como para toda España, una nueva época por la que debe avanzar, peligrosa, pero dignamente. Los reclusos del penal del Puerto de Santa María están ahora en el poder, abocados a los mismos problemas que tiene delante el Gobierno Central.

La época del pistolerismo parece lejana, decía, pero los dedos han vuelto a presionar los gatillos. Ya han caído algunos hombres, acribillados por el plomo vengativo. ¿Retorno del pistolerismo? ¿Resabios?

 ¿Manifestaciones violentas aisladas, mientras la clase trabajadora se une más y más, mientras las clases productoras se unen más y más? Tal vez sólo manifestaciones violentas, aisladas.

Pero si aceptamos el pistolerismo como un hecho social evidente, aunque no deseable desde todo punto de vista, debemos reconocer que no tuvo ni tendrá allí el carácter que tuvo y tiene en Chicago o en New York.

El gánster, el racketeer son otro producto social. Corresponden a una etapa más avanzada del capitalismo.

El gánster de Chicago soborna a jueces y policías, mata desde la sombra a sus competidores, sean otros gánster o sean comerciantes. Y cuando cae, cuando se ve envuelto en un proceso, lo condenan ¡por no pagar impuestos a la renta! El pistolero de Barcelona fue también producto social, pero de otro tipo, guiado por otros sentimientos y otros anhelos, idearios vagos de reivindicación y de justicia. De Al Capone, comerciante en muebles, contrabandista de alcoholes y jefe de banda, al Noi del Sucre, obrero fugitivo de la justicia, al servicio de una causa, equivocada o no, hay un abismo a favor del Noi del Sucre. Al Capone, pistolero de Chicago, ingresó en una cárcel para eludir a las otras bandas. El Noi del Sucre, pistolero de Barcelona, salió de la cárcel para morir frente a enemigos mercenarios.

El pistolerismo desaparece en Barcelona. Si los dedos han vuelto a presionar los gatillos, eso no indica su renacimiento; es más bien consecuencia de dos años de represión violenta. Desaparece; y es una comprobación feliz, porque eso significa que las clases laboriosas han comprendido que son otros los métodos que deberán utilizar para sus conquistas inmediatas.

Martínez Anido no podrá volver a Barcelona, porque tampoco el Noi del Sucre dejará su tumba.

De cualquier manera, juzgándolos a uno frente al otro, Martínez Anido era el pistolerismo organizado y legal; y el otro, el pistolerismo como hecho social evidente que corresponde a un periodo de violencias y confusiones.

 

"Barcelona nunca está bona sino cuando la bomba sona"

 

Fue una ligereza poética de Rubén. La inclinación esencial del pueblo es su vehemente deseo de trabajo, comodidad y dignidad.

Creo poder afirmar, en cuanto a la tendencia separatista de los catalanes, que esa tendencia se ha superado.

Quiero decir que la consigna: Estado Libre de Cataluña dentro de la Federación Ibérica alienta cada día con más fuerza en la mayoría de los catalanes, como en la mayoría de los vascos, como en la mayoría de los gallegos.

La cuestión de las minorías nacionales será resuelta así sin violencias, sin sangre y sin que España pierda su integridad como nación.

En el barrio gótico, el palacio de la Generalitat alza sus piedras ilustres, que guardan los tesoros del arte y las reliquias de la historia.

 

-Ya volverán los nuestros y se irán los intrusos, me dijeron cuando visité el Patio de los Naranjos. Los hombres elegidos por el pueblo volvieron y se fueron ya los intrusos.

 

Las sardanas del júbilo anunciaron la vuelta al ritmo conocido, pero bajo un nuevo signo: el signo del Frente Popular.

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